Nada hay aquí que se hermane con la piedra
De los templos enclavados en la roca viva
Cuya edificación comenzaba -relata Herodoto-
El día diez del segundo mes egipcio
Cuando las sagradas aguas del Nilo lo inundaban todo
De las pirámides orientadas hacia los cuatro Puntos Cardinales
Que erigieron cien faraones durante tres mil años
Con los bloques monumentales de las canteras de Arabia
Y que transportaron innumerables hombres
Sobre las hirvientes arenas del desierto
De los altos accesos y dinteles
De las columnas de augusto mármol
De los pasillos bajos que rendían reverencia a los reyes
En el Valle de los Muertos
De las tres pesadas compuertas que velaban
El sueño eterno del Faraón cuya cabeza descansaba
Hacia el Norte de la Tierra
De las hermosas piedras de granito rosa-siena
De la arenisca roja de Heliópolis
De las puertas de acacia laminadas en bronce
En cuyos símbolos reales se auguraba la eternidad
De los siglos insondables hoy perdidos en el tiempo
Nada hay aquí que se hermane con la piedra
Sólo este puñado de blanca arena
Que un día –bajo el signo de Ra-
Dominara el mundo
(Del libro Desierto)
Traducido al francés por Francoise Roy
De próxima aparición en Canadá